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Temor e incertidumbre en la “vuelta a la normalidad” de los niños

por Javier Castro Bugarín

Más de 100 días encerrados sin salir a jugar a las plazas, visitar a los abuelos o estudiar en las escuelas configuran un panorama que se repite en muchos hogares argentinos: el de los niños que pudiendo salir por fin a dar un paseo, prefieren no hacerlo y pasar las vacaciones de invierno en casa.

No es una estampa fruto de la casualidad. Los cuatro meses y medio de aislamiento obligatorio en Argentina han tenido un impacto directo en el día a día de los más pequeños, cuyo temor al coronavirus se suma a la incertidumbre respecto a su educación y al empeoramiento general de sus condiciones durante este largo confinamiento.

De hecho, hasta un 30 % de los niños de entre 4 y 11 años confiesa tener miedo a que ellos o sus familiares se enfermen de COVID-19, mientras que otro 17 % teme salir a la calle, según los datos preliminares de una investigación realizada a finales de mayo en el Instituto de Desarrollo e Investigaciones Pediátricas (IDIP) de La Plata.

“La realidad es que acá en el AMBA (Area Metropolitana de Buenos Aires, epicentro de la pandemia) los casos siguen creciendo, así que los chicos tienen miedo y los padres también tienen miedo”, cuenta a Efe María Florencia Andreoli, investigadora adjunta del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas de Argentina (Conicet) y responsable de dicho estudio.

Desde el lunes pasado, los niños ya pueden salir todos los días en compañía de un adulto en la Ciudad de Buenos Aires como parte de la flexibilización de la cuarentena, aunque tan sólo podrán permanecer en el exterior máximo una hora.

Humor cambiante durante el confinamiento

Además del miedo a la enfermedad o a pisar la calle, existe un rasgo todavía más común entre los niños argentinos: casi la mitad de ellos, un 45 %, ha tenido frecuentes cambios de humor durante el aislamiento, unos vaivenes emocionales que van desde la felicidad máxima hasta una profunda sensación de tristeza.

“Los chicos pasaban de estar muy contentos a momentos en los que realmente estaban muy mal. Hay padres que contaban que su hijo se iba a un rincón a llorar, por ejemplo”, relata Andreoli.

En la inmensa mayoría de los casos, este desarraigo tiene muchísimo que ver con los propios padres. Los niños son espejos emocionales de sus progenitores, por lo que si estos viven la cuarentena con temor, angustia y ansiedad, terminarán por traspasar esos sentimientos a sus hijos.

Así lo explica la médica pediatra Sabrina Critzmann, para quien una solución a esta problemática es recurrir a los propios juegos, un aspecto fundamental en el neurodesarrollo de los más pequeños.

“Muchas veces jugar con muñecos, escribir historias o leer cuentos nos dicen cosas que ellos todavía no nos pueden decir, porque lo que les sucede a los niños es que a veces no tienen palabras para expresarse (…). Nos empiezan a dar pistas de qué está sucediendo en esas cabezas y cómo podemos acompañar ese proceso”, argumenta por videoconferencia a EFE.

Asimismo, esa larga cuarentena tuvo un impacto desigual en función de la edad. Según el IDIP, los niños más pequeños pasaron más tiempo jugando o realizando actividad física que los de mayor edad, quienes optaron por otro tipo de entretenimientos.

“En general, los chicos más chiquititos siguieron manteniendo su rutina y sus actividades, pero en los más grandes se notó mucha más dedicación a lo que tiene que ver con las pantallas, menos actividad física…”, indica la coordinadora del estudio del IDIP.

Educación irregular en la cuarentena

Este cambio de hábitos tan radical se explica, sobre todo, por el cierre de las escuelas, que desde el pasado 20 de marzo permanecen clausuradas en todo el país y aún se desconoce cuándo volverán a abrir sus puertas.

Todo ello ha tenido unos efectos considerables sobre la educación de los más pequeños: los datos del IDIP revelan que casi la mitad de los niños pasa menos de dos horas diarias haciendo tareas del colegio, un tiempo mucho menor al que dedicarían en circunstancias normales.

Otros estudios señalan en la misma dirección. En una investigación publicada en junio, la Universidad Católica Argentina (UCA) cifró en un 39,2 % los hogares del área metropolitana de Buenos Aires donde se hacían tareas escolares con “menor frecuencia” durante la cuarentena, una circunstancia todavía peor en los hogares más vulnerables y los monoparentales.

Para Ianina Tuñón, socióloga y coautora de este último informe, este largo confinamiento ha provocado un “desgaste muy fuerte del vínculo con los maestros”, agravado por la brecha digital existente en Argentina.

“La gran mayoría de los niños está teniendo comunicaciones bastante esporádicas con sus maestros, y digo comunicaciones porque no tienen los recursos tecnológicos ni de conectividad, ni tampoco el clima educativo en el interior de sus hogares como para poder realmente continuar aprendiendo”, reconoce la experta.

Una situación que evidencia, según Tuñón, una realidad alarmante: ahora mismo, existe “una parte de la sociedad argentina que el día que dejó las aulas, dejó el proceso de enseñanza y aprendizaje tal y como lo conocemos”.

“Los más pobres entre los pobres”

En cualquier caso, esa desigualdad en el acceso a la educación no es lo único que empeoró estos meses para los niños, quienes ya eran “los más pobres de entre los pobres” antes de la irrupción de la pandemia.

“Al final del 2019, calculábamos que teníamos un 60 % de los niños (viviendo) en hogares pobres en términos económicos. La realidad es que hoy la situación es mucho más grave, con lo cual probablemente estamos en niveles muy similares a los experimentados en la crisis del 2001 en la Argentina”, expone la experta de la UCA.

Así, si antes del confinamiento había un 6,5 % de hogares con “inseguridad alimentaria severa”, hoy esa cantidad aumentó hasta el 15,2 % en la zona del área metropolitana de Buenos Aires, la más castigada por el coronavirus.

En esta zona, al drama del hambre se añade una menor cobertura sanitaria: un 22 % de los padres dejó de vacunar a sus hijos en el AMBA y otro 44 % dejó de llevarlos a hacerse controles de salud como consecuencia de la pandemia, según el informe de la UCA.

La pediatra Sabrina Critzmann reconoce que esta situación “obviamente preocupa” en el gremio, puesto que no todo el mundo tiene acceso a las consultas online y estas tampoco suplen el contacto cara a cara.

La “anticipación”, clave en la vuelta a la normalidad

En este contexto tan complejo, ¿cómo plantear la vuelta a la normalidad de los niños? En el plano psicológico y emocional, Critzmann propone la anticipación como forma de vencer a los miedos y a las “fantasías” creadas en estos meses de aislamiento.

“La antipación cuando aparezca la nueva normalidad es la clave, que los niños puedan expresar qué les preocupa, qué les disgusta, a qué le tienen miedo o qué se imaginan que van a ver cuando van afuera. Estos recursos del juego y de los cuentos siempre nos ayudan bastante en ese camino”, señala.

Mientras avanza esa tímida vuelta a la cotidianidad, cuyo desarrollo es tan frágil como incierto, habrá que mantener las ayudas alimentarias y despejar las dudas respecto a cuándo se volverá a las clases.

“Creo que las ayudas alimentarias tienen que lograr una mayor escala y calidad y que tenemos que empezar a dar certidumbre a la población sobre cómo vamos a continuar con la educación. Claramente no estamos dando señales claras de cómo seguir y en qué términos acompañar esos procesos educativos”, apunta Ianina Tuñón.

En definitiva, poner en marcha todas las acciones necesarias para mitigar el impacto de una pandemia que ha trastocado la realidad de los niños argentinos.

EFE .

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